Vivencia compartida por una participante del taller de Biodinámica en el Agua, impartido por Javier de María en Barcelona y organizado por Midline Institute.

Terapia Craneosacral Biodinámica en el Agua, con Javier de María

Terapia Craneosacral Biodinámica en el Agua, con Javier de María

La relación con el agua evoca en mí la imagen de una suspensión temporal del tiempo y el espacio, una ingravidez agradable y relajante y, por qué no, también lúdica.

Más allá de esta primera impresión, guardo la sensación del agua como un medio ideal, un medio que he explorado en profundidad sobre todo en la niñez y en el que me siento segura.

Así, algo que resuena, inconsciente, que me llama la atención sobre este taller con la fuerza suficiente como para animarme a participar y, en segundo lugar, la sensación de seguridad suficiente como para permitirme soltar y acoger cualquier cosa que pase.

Estoy convencida que lo ideal para proporcional herramientas terapéuticas, es crear un ambiente distendido, seguro. Nombrar las expectativas, las posibles resistencias que pueden aparecer al hacer las prácticas en grupo e invitar a los participantes a poner nombre a sus sensaciones. Es un buen comienzo.

La manera como Javier inició en taller me pareció impecable.

Entramos en tema y aclaramos conceptos. Un trabajo terapéutico en el agua… ¿Qué vamos a hacer? ¿Cuál es nuestro propósito? ¿Qué necesitamos? Tal vez alguna práctica nos desvele un poco más esas primeras cuestiones.

Vamos a soltar, confiando en el apoyo que nos ofrecerá nuestro compañero.

Como apunta un colega, con los ejercicios, al profundizar en nuestro estar, se mueven sensaciones internas, familiares, no siempre agradables. El soltar, tan importante para liberar, no es del todo fácil, aunque aparentemente pueda parecerlo.

No sé si eso es así para todos los participantes y supongo que dependerá del momento, del grado de trauma existente en sus cuerpos, del control consciente que tenga cada uno, de las ganas de soltar algo… lo que está claro es que, a nivel personal, a mí se me movilizan sensaciones con bastante facilidad y eso, que antes me parecía un error de mi sistema, ahora me parece un regalo.

Creo que si nos soltamos, podemos sentir miedo. El miedo toma formas muy diversas y engañosas: puede ser una ligera ansiedad, vergüenza, sentimientos de separación, pequeñas paranoias, fantasías… y sí vive con nosotros, puede resultar algo familiar que reconocemos…

Soltandose

Soltandose

Pero ¿dónde reside la capacidad de superar ese miedo? ¿Es en el corazón? ¿En la mente? ¿En la no-mente? ¿En la voluntad de superación? No lo creo. Creo que el recurso mayor que existe contra el miedo o contra cualquier otro sentimiento o emoción paralizante, reside en su aceptación. Si lo reconozco, ¿lo puedo aceptar y seguir hacia delante? Comprendo ya que mi miedo, mi inseguridad, mis bloqueos, son sólo un obstáculo de mi mente, una resistencia a algo que necesita salir de su escondite y que si se lo permito, tal vez podrá quedarse fuera y me dejará disfrutar del momento presente.

Me pregunto si puedo permitírmelo y decido seguir adelante, entro. Echo mis raíces para invitar a soltar y confío en el compañero para permitirme soltar.

Se termina una parte del curso. Compartimos la experiencia.

Antes de salir a comer, ya estoy procesando algo y me fastidia. Durante la comida, la realidad comienza a replegarse en una suma de pequeños contratiempos que me hacen explotar. La comida no me gusta, el calor resulta asfixiante, el camarero que tarda mucho … Soy consciente de que algo está pasando en mi interior y que no tiene nada que ver con las circunstancias externas, así que dejo al grupo y me voy. Salgo a la calle, estoy confusa y literalmente perdida, porque no sé dónde tengo que ir ni cómo llegar a las termas, así que camino hacia el mar.

Camino y camino observando las sensaciones que llegan y se van, las oleadas de imágenes y pensamientos, las emociones que van desde la tristeza más absoluta a la sensación de libertad también más absoluta. Poco a poco, regresa la calma.

Aproximadamente a las 15.30 llego al Parc de la Ciutadella.

Nací, hace unos cuantos años, un día de agosto a las 15.30. Esa idea se me queda rondando en mi cabeza. Estoy muy cansada por el camino, por el calor. Me siento en el parque y como algo. A las 16h llego al punto de encuentro, donde entraremos en contacto con el agua, con la sensación de haber conseguido algo, aunque no sé qué. Tal vez, simplemente, llegar.

Mi encuentro con el grupo es correcto, no doy muchas explicaciones de mi huida pero siento que, por lo que sea, no es mi territorio seguro, que mi proceso no aflorará en sus manos.

Iniciamos la sesión en el agua. Me sienta bien, me relajo y me divierto. Con una compañera entro más profundamente en algo que reconozco cercano a lo perinatal, sintiendo como mi cuerpo flota en una placenta amplia, confortable, segura. Me cuesta salir de ese estado y me embarga una sensación de desconsuelo absoluto cuando la práctica llega a su fin. Abro los ojos con dificultad y el llanto me sacude. Javier está presente, me sostiene en silencio, vuelve a dejarme flotar y trabaja conmigo, acompañándome. Siento un gran consuelo, me calmo, me vuelvo a relajar y observo que en ese momento el proceso iniciado horas antes, se potencia. Mi mente no se opone, me aíslo en mis propias sensaciones, así que en unos minutos algo muy liberador ha sucedido. Algo que resuena como relativo al nacimiento.

Vuelvo a la verticalidad con un sentimiento de gratitud muy grande.

Regresando a la Verticalidad.

Regresando a la Verticalidad.

Seguimos los ejercicios y voy testando las sensaciones con cada compañero, todas diferentes. Su grado de atención y presencia, su propio proceso, su estar y su ser, todos diferentes.

Siento que algo importante es la estabilidad del terapeuta, su enraizamiento en el agua, su propia quietud y la dirección de sus pases.

Cuando el que me sujeta camina por la piscina, llevándome de un lado a otro, resueno con otra etapa de mi vida y siento que me llevan en camilla hacia el quirófano. Me sucede varias veces, así que simplemente no entro, me relajo y acepto. En otra ocasión, algo me golpea en la cabeza, abro los ojos y el que me sujeta parece estar ausente, resuena la madre ausente, la desconexión. Sigo hacia delante. Cuando hago yo el trabajo, resuena en mi la necesidad de ser aceptada, cierta inseguridad que reconozco como algo familiar. Sigo adelante.

Desde la distancia, comprendo que esas realidades “imperfectas”, esos tropiezos, son importantes porque encajan en el puzle de una vida imperfecta y acepto, reconociéndolas como algo más, algo incluso necesario para completar el proceso.

Un día más. Va pasando la mañana, de ser un bebé que ha nacido ayer, es como si en cada ejercicio, pasara por otras etapas de la infancia, buenos momentos, otros más confusos.

El último ejercicio. Vuelvo a tener la oportunidad de trabajarlo con Javier.

Reconozco la expectativa grande de cerrar un ciclo que se abrió el día anterior y a la vez me sorprende gratamente la oportunidad que se me brinda. Es el ejercicio completo, el final, así que entro.

Entro en el agua y a los pocos minutos dejo de pensar en ello. Disfruto de la sensación de un movimiento que surge de dentro, facilitado por el cuidadoso contacto de Javier.

Aquí lo que proceso es bastante complejo. Creo que tiene que ver con la relación con mi padre, con la sensación ambigua de amor odio que siempre hemos tenido y también con la relación con la madre, el vínculo, la conexión. En ambos roles descubro algunos aspectos, positivos, que quizás debería tener más presentes.

Sin entrar en detalles, finaliza el ejercicio con una vuelta a la matriz, siempre generosa y amplia de la madre, con recursos para ir más allá, quizás a una etapa embrionaria de felicidad absoluta. A una quietud donde conectar con algo muy bello.

No hay tensión ninguna en mi cuerpo, la respiración se ha expandido enormemente, hay apneas sorprendentemente largas, tranquilas, movimientos amplios y fluidos, y un gran bienestar. Acabo el ejercicio muy feliz y por encima de todo, muy agradecida.

Tengo que decir que ha sido maravilloso participar en este taller, que me ha conmovido como no imaginaba.

He vuelto a casa con una sensación ambigua. Del mucho amor recibido en mi vida, de muchísima gratitud hacia ella y también de vulnerabilidad por cierto apego a ese bienestar, con una sensación de nostalgia y de miedo a la separación, que poco a poco se va desvaneciendo.

No concibo que algo tan bonito no se vaya a repetir, así que hasta la próxima. Me encantará seguir experimentando y seguir procesando mi parte de agua en el agua.

GRACIAS

 

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